domingo, 18 de octubre de 2015

Marcovaldo en el supermercado. Un cuento de Italo Calvino

(Tomado del blog "La Casa de Tomasa")

Hola, soy Pilar (de Fuenmayor) y quiero contaros que me llevé de vacaciones a este personaje tan bueno y tan ingenuo, fascinado por la naturaleza pero al que le toca vivir en una ciudad y en un mundo que no le dejan respirar. Un soñador que me ha hecho pasar muy buenos ratos. ¡De lo mejorcito del verano este Marcovaldo.! Todos los relatos son una maravilla, llenos de ironía y tristeza pero también mucho humor. Es dificil señalar uno sólo porque todos son increíbles, pero os dejo algunos de mis preferidos, en realidad de mis hijas adolescentes que han disfrutado tanto como yo: Luna Y Gnac, Marcovaldo en el supermercado, De vacaciones en un banco, El bosque de la autopista. Un libro para re-re-re-releer y un personaje inolvidable. ¿Se nota mucho todo lo que me ha gustado?

He aquí dos de esos relatos:

MARCOVALDO EN EL SUPERMERCADO
Italo Calvino

A las seis de la tarde la ciudad caía en manos de los consumidores. A lo largo de toda la jornada la gran ocupación de la población productora era producir: producían bienes de consumo. A una hora determinada, como por el disparo de un interruptor, dejaban de producir y, ¡andando!, se lanzaban todos a consumir. Cada día, cuando una floración impetuosa no acaba de abrirse tras los escaparates iluminados, ni los rojos embutidos habían sido colgados, ni las torres de platos de porcelana se habían alzado hasta el techo, ni los rollos de tela se habían desplegado y mostrado como ruedas de pavo real, ya irrumpía el gentío consumidor a desmantelar, roer, palpar y arrasar con todo. Una fila ininterrumpida serpeaba por las aceras y los soportales, se prolongaba a través de las puertas de cristal de los comercios alrededor de todos los mostradores, impelida por los codazos de todo el mundo en las costillas de todo el mundo a modo de continuos golpes de pistón. ¡A comprar!, Y cogían los artículos y los dejaban y otra vez a tocarlos y se los arrancaban mutuamente de las manos; ¡a comprar!, y obligaban a las pálidas dependientas a desplegar sobre el tablero más y más ropa blanca; ¡consumid!, y los carretes de cordel encarnado giraban como peonzas, las hojas de papel floreado sacudían sus alas envolviendo las compras en paquetitos y los paquetitos en paquetes y los paquetes en paquetones, atado cada uno con un lazo. CONTINUAR LEYENDO


SETAS EN LA CIUDAD
Italo Calvino

El viento, que llega hasta la ciudad desde lejos, trae consigo regalos inesperados, de los que solo unos cuantos espíritus sensibles se percatan, como quienes padecen de fiebre del heno y estornudan por el polen de flores de otras tierras.


Un día, quién sabe desde dónde, llegó hasta la franja de tierra de una calle de ciudad una ráfaga de esporas, y se formaron setas. Nadie se dio cuenta excepto el trabajador Marcovaldo, que cada mañana cogía el tranvía precisamente allí.

Este Marcovaldo tenía una mirada poco adaptada a la vida de la ciudad: carteles, semáforos, escaparates, rótulos luminosos, anuncios, por más estudiados que estuvieran para llamar la atención, nunca lograban captar su atención que parecía vagar en la arena del desierto. Mientras que una hoja que se marchitaba en una rama, una pluma que se enganchaba en una teja nunca se le escapaban, no había tábano sobre el lomo de un caballo, boquete que no hiciera la carcoma en una mesa, una piel de higo aplastada en la acera que Marcovaldo no notara y no le llevara a reflexionar, descubriendo los cambios de estación, los deseos de su alma y la miseria de su existencia. CONTINUAR LEYENDO


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