domingo, 30 de marzo de 2014

La migración vista por los niños, pintada en papel amate. Elena Poniatowska


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De jugar entre gallos y cochinos en un pueblo sin corrales ni bardas entre la montaña y el mar, Javier Martínez Pedro, pintó a un niño que tuvo que emigrar a Estados Unidos como tantos otros mexicanos para quienes la única salida es irse. En su tierra, el niño jugaba a esconderse detrás de las palmeras, ayudaba a su padre a cargar las sandías, el terreno era suyo aunque no lo fuera, el sol y la felicidad estaban allí a la vuelta del surco. Al pasar del otro lado descubrió la llamada modernidad y la discriminación en la calle, en el campo y en las grandes tiendas de autoconsumo. Ser niño es soñar, reír, estudiar, echar a correr, jugar, comer, dormir calientito, bueno, ése es el ideal pero hay dos realidades muy distintas, la de los niños que viven con un padre y una madre que tienen un empleo seguro y la de los niños que trabajan porque a la familia no le alcanza. Cuando al padre lo corren o la tierra ya no da de sí, el padre se va a buscar su suerte a Estados Unidos y en muchas ocasiones, los niños también se marchan. A veces, hasta viajan solos para alcanzar al padre (y ahora a la madre). ¿Qué le pasó? ¿Por qué ya no manda dinero? ¿Por qué ya nadie sabe de él? ¿Está vivo? Quizá los niños también se van porque persiguen un sueño que no les pertenece y quedan a la espera, la misma espera-esperanza de que el padre (o la madre) regrese.


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