miércoles, 10 de febrero de 2016

El hábito de la lectura: ese gigantesco cepillo de dientes. Un artículo de Janina Pérez

Ya todos sabemos que leer es importante, y que un libro es un tesoro, y que la lectura nos hace libres, no huyan que no vengo con la misma charla de nuevo. Este es un análisis reducido y poco pretencioso de por qué ya casi no leemos.

¿Cuántas veces en la infancia los enviaron a cepillarse los dientes? Esa es una cuenta que de seguro nadie lleva porque se le atascarían las neuronas. Hábito, según el diccionario, es lo que permite que los perros cada mañana levanten la pata en el mismo poste. Esa costumbre, ese ir y venir robótico en el que apenas disfrutamos de lo que hacemos, es apenas la consecuencia de ciertas rutinas que nos imponemos, pero que casi, casi siempre nos imponen. Y es así que un día notamos ese odio infinito hacia el cepillo de dientes. Porque hábito y obligación a veces resulta la misma cosa, y de pequeños no deseamos que nos obliguen. A algunos ni siquiera nos gusta de viejos.

¿Cuántas veces escucharon mencionar, entro otros hábitos –incluida la sotana del cura- el hábito de la lectura? Pues sí, ya sé que en clases, en la casa, en la televisión. Si seguimos al pie de la letra la explicación del diccionario el hábito de la lectura consiste en tomar un libro a determinada hora, leer determinado número de hojas, desarrollar determinada dosis de fantasía y repetir este proceso día a día, en fin, el perro y el poste. De ahí, a odiar el proceso, hay una delgada línea que algunos atraviesan, y otros no. Pero, lo cierto es que de chicos a todos nos encanta que nos regalen libros con láminas enormes donde caperucita nada en el jugo gástrico del lobo. A esa edad no existe rechazo alguno hacia las historias, por el contrario, los niños nunca se niegan a una dosis de lectura en mitad de sus juegos, o antes de ir a dormir, y hasta se aprenden los pasajes de memoria, luego, sin ningún pudor, terminan convirtiendo las hojas del libro en barquitos de papel o avioncitos supersónicos. ¿En qué punto de este cuento nos perdemos, entonces?

Creo que el asunto comienza a desmigajarse cuando aparecen las imposiciones. Porque leer, antes que nada, debe ser un placer. Y al placer no se llega desde el hábito, sino a la inversa. Cuando se lee con deleite las ganas quedan, se buscan nuevas historias, otros caminos, el tiempo sobra y esa librería que no sabíamos estaba ahí se nos hará visible, y entraremos a escoger ese libro, ¡ese!, para llevarlo a casa y triturarlo, devorarlo, rumiarlo y luego dejarlo bien guardado, con la esperanza de olvidarlo por un tiempo para entonces volverlo a leer.

El primer paso para no odiar los libros: alejarse de las obligaciones. El placer elemental de la lectura: la libertad de elegir. Así como nos sucede cuando escogemos pareja, profesión, perfume o color de ropa interior debemos escoger qué libro deseamos leer, y si no nos gusta, o no pasamos del segundo capítulo no importa, no siempre se acierta a la primera. El gusto por determinados temas irá creciendo. Si lo que leemos está de moda qué bueno, si a los otros no les gusta qué bien. A partir de ahí el camino se endereza. Lo otro está por venir, ya lo verán. Y les aseguro, apenas se requiere un pelo de esfuerzo.

Leer por placer y cepillarse por obligación, que sólo tenemos un juego de dientes.


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