viernes, 3 de junio de 2016

Última entrevista a Julien Gracq.

Julien Gracq (1910-2007) fue quizás quien trazó el camino en solitario más original de la literatura francesa del siglo XX. Reacio al intimismo, el autor deEl Mar de las Sirtes y Los ojos del bosque, se ha prestado en muy pocas oportunidades al género de la entrevista. Sin embargo, en esta que fue una de las últimas, realizada por Bernhild Boie, uno de los grandes especialistas de su obra, y publicada originalmente en diciembre de 2001 en la revista de estudios genéticos, Génésis, revela su mirada personal sobre el oficio de escribir y la génesis de una obra.

- Desde principios de siglo, los críticos y los “medios”, han puesto de moda la entrevista a los escritores. Usted se ha plegado en pocas oportunidades a este juego: le parece ilusoria la voluntad de encontrar los recorridos de la pluma y duda del interés de este tipo de indagación. Otros motivos son de orden personal: la labor del escritor es un espacio secreto, donde el crítico y el lector no deben entrar. Sin embargo, algunas de sus reflexiones sobre la literatura le otorgan un lugar significativo a la escritura en marcha y a los distintos procesos de trabajo. Para aclarar todo esto, quizás podríamos partir desde principio: ¿cómo surge el proyecto de una obra?

Cada obra es un caso particular. Para El Mar de las Sirtes, la historia que cuenta la novela estaba presente a grandes rasgos desde el principio; hija del tiempo, de una suerte de deriva temporal jalonada. Para Los ojos del bosque, el proyecto, impreciso en su conjunto, “de escribir algo sobre la guerra” se cristalizó en torno a un lugar, cuando surgió la imagen de la casa-fuerte. Los episodios nacían solos a través de la cronología de la segunda guerra mundial, que los iba desmenuzando uno por uno. Este caso me parece el más representativo: conjunción de una insatisfacción latente, de una suerte de intersticio un poco obsesivo que exige ser colmado literariamente, con una imagen clave que brota para “abrir las puertas”.

Para mí (ese momento anterior a la escritura) es un periodo de incubación, de meditación. El escritor revuelve un magma bastante confuso de “movimientos” y de imágenes, esperando que cuaje en alguna parte. Es realmente impreciso. Ahora bien, nunca me lanzo al vacío. Algo que ya posee un color, un clima, busca tomar forma. Lo he escrito en algún lugar: es un poco como un nombre olvidado que uno va buscando en vano por un buen rato en su memoria, y del que solamente sabe con precisión lo que no es. Lo que será, lo debe decir la escritura.

Señalemos que este periodo de incubación no siempre se vive de manera consciente. Cuando empecé a escribir mi primer libro, ni lo pensaba una hora antes. Estoy convencido que de todos modos se había producido, solo que yo no vinculaba para nada esa meditación previa con la preparación de un libro.

Fuente: funcionlenguaje.com

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