jueves, 15 de septiembre de 2016

El hombre del alfanje. Un cuento de Alejandro Dumas, Padre.

En Ferdj’Ouah vive un Jeque llamado Bou Akas ben Achour. Es uno de los nombres más antiguos de la región y puede encontrársele en la historia de las dinastías árabes y bereberes de Ibu Khaldoun.

Bou Akas tiene cuarenta y nueve años de edad. Viste a la usanza de los cabilas, esto es, una gandoura de lana ceñida por un cinturón de cuero y ajustada a la cabeza por un fino cordón. Lleva un par de pistolas en el tahalí, en el lado izquierdo usa la flissa de los cabilas y colgando del cuello un pequeño alfanje negro1. Ante él camina el negro portaespadas y a su lado va un enorme podenco.

Cuando una tribu vecina a cualquiera de las doce que él gobierna le inflige alguna pérdida, no se toma el trabajo de lanzarse contra ella. Se contenta con enviar al negro a la ciudad principal para exhibir el arma de Bou Akas y la injuria es inmediatamente reparada.

Tiene a su disposición dos o tres tolbas que leen el Corán al pueblo. Todas las personas que pasan por su casa en peregrinación a la Meca reciben tres francos, permaneciendo en Ferdj’Ouah por cuenta del Jeque durante el tiempo que deseen. Pero si por ventura Bou Akas descubre que hospedó a un falso peregrino, ordena en seguida a sus emisarios que lo sigan, lo detengan donde quiera que lo encuentren, y que allí mismo le apliquen veinte bastonazos en las plantas de los pies.

Bou Akas a veces alimenta a trescientas personas y en lugar de participar del banquete, camina por entre los comensales con una vara en la mano, dirigiendo a los criados. Después, caso de que haya sobrado algo, come, pero siempre el último.

Cuando el gobernador de Constantina, único hombre cuya supremacía reconoce, le envía un viajero, si el viajero es persona destacada o si la recomendación fuera insistente, Bou Akas le ofrece su arma, y el viajero se la echa al hombro; si le ofrece el perro, el viajero le pone la correa; si el alfanje, el viajero se lo cuelga al cuello. Con cualquiera de estos talismanes -cada uno de ellos representa un escalón de honores que deberán serle dispensados- el viajero pasa por las doce tribus sin correr el menor riesgo. En todas partes es alojado y alimentado sin pagar nada y luego es huésped de Bou Akas. Al abandonar Ferdj’Ouah le basta con devolver el mosquete, el perro o el alfanje al primer árabe que encuentre. Si estuviere cazando, el árabe se detiene. Si arando la tierra, abandona el arado. Si en el seno de la familia, parte inmediatamente y, tomando el alfanje, el perro o el mosquete, corre a devolvérselos a Bou Akas. CONTINUAR LEYENDO

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