miércoles, 23 de noviembre de 2016

"Especialmente los gatos". Un cuento de Doris Lessing.

Me mudé a una casa en pleno territorio gatuno. Es un barrio de casas viejas con angostos jardines tapiados. Por nuestras ventanas traseras se divisan una docena de tapias en una dirección y otra docena de tapias en dirección contraria, de todos los tamaños y alturas. Árboles, hierba, arbustos. Hay un pequeño teatro con tejados a distintas alturas. Aquí los gatos están en su elemento. Siempre se les ve sobre las tapias, los tejados y en los jardines, llevando una complicada existencia secreta, como las vidas de los chavales de barrio, regidas por unas normas particulares e inimaginables que los adultos nunca aciertan a descubrir.

Sabía que acabaríamos teniendo un gato en casa. Tal como se sabe que si tu casa es demasiado grande al final llegará alguien a instalarse en ella, hay ciertas casas que no se conciben sin un gato. Durante algún tiempo espanté a diversos gatos que se acercaban a husmear, queriendo averiguar qué tipo de sitio era aquél.

Durante todo el espantoso invierno de 1962, un viejo macho blanco y negro estuvo paseándose por el jardín y el tejado que cubría el porche trasero. Se sentaba sobre la nieve medio derretida del tejado; iba de aquí para allá sobre la tierra helada; cuando abríamos la puerta trasera apenas un instante, lo encontrábamos plantado delante, mirando hacia el cálido interior. Era francamente feo, con un parche blanco sobre un ojo, una oreja desgarrada y la boca siempre medio abierta con la mandíbula caída. Pero no era un gato callejero. Tenía un buen hogar en esa misma calle y nadie parecía entender por qué no se quedaba allí. CONTINUAR LEYENDO

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