jueves, 1 de diciembre de 2016

Bellezas asustadas. Un cuento de Bohumil Hrabal,

El snack bar del Florenc está igualmente animado desde la mañana, operarios y empleados, viajantes y barrenderos que comen y luego se toman un refrigerio, hay emparedados y seis tipos de ensalada y würstel caliente con mostaza, y sirviendo la cerveza está una giganta de ojos grandes y siempre de buen humor, tras una puerta abierta puede verse el interior de la cocina, tras la puerta de cristal abierta dan vueltas los pollos que se doran, para quién quiera también hay limonada... Y de la cocina húmeda y oscura emergen los camareros con platos de sopa y gulash con knedliky a precios económicos y cerca de la ventana que llega hasta el suelo están sentadas las barrenderas zíngaras con las chaquetas anaranjadas y beben cerveza y sus cabellos negros grasos hacen pensar en Méjico... y también yo como aquí, después compro medio pollo asado para los gatos... y hoy fui de nuevo afortunado, ahí está, de pie, como las otras, está mi vietnamita asustada, come como siempre con mucha finura un pollito, o bien un emparedado, sus pequeños dedos trabajan esbeltos, como si próximo a la boca hiciera al ganchillo un minúsculo centro, come con tanta finura que se distingue rápidamente del resto de la gente que está comiendo, y lleva los vaqueros que le hacen las piernas esbeltas, y una camiseta color limón y como todas sus amigas tiene pequeños senos, con un collarcito, y los cabellos negros... y veo también sus zapatitos de charol en la posición de base de las bailarinas, así como sabía llevar sus zapatitos mi mujer Pipsi y también usted, Aprilina, también usted caminaba por Praga como una de esas vietnamitas asustadas, que saben moverse como piedras preciosas por la calle, las plazas, el metro de Praga... Y dado que les gusta viajar en autobús, las encuentro también allí en la estación de autobuses... Siempre elegantemente vestidas, con los bolsitos en bandolera, o bien con mochilitas coloradas y equipajes colorados sobre la espalda, un poco curvadas hacia adelante, y tienen siempre los dedos juntos, sus manos son en realidad manos de pianista, algunas tienen los dedos además que se tocan como si estuvieran en dos octavas, así como los tenía Federico Chopin... He oído decir que las vietnamitas saben coserse de todo, incluso vaqueros, como si los hubieran cosido trabajando en la Lévi Strauss... Saben incluso coser bajo las marcas de los dedos números y letras coloradas... Y al mismo tiempo siento pena por ellas, porque aquí con nosotros están tan solas, tan abandonadas, tan asustadas... incluso cuando hablan entre ellas, es como si gorjearan estupendos pajaritos, como papagayos que parlotean en vietnamita... CONTINUAR LEYENDO

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