viernes, 16 de diciembre de 2016

UNA TERAPIA IMPREVISTA. Almudena Grandes

Cansada. Especialmente de hacer por los demás lo que a ninguno se le ocurre hacer por ella. Se tenía que ir. Y no sabe aún cuándo volverá.

Cuando decidió hacer terapia, en su casa se pusieron todos muy contentos

–Te va a sentar muy bien, cariño.

–Me alegro mucho, mamá.

–Y yo. Ya sabes lo que te digo siempre, que tienes que cuidarte, hacer cosas por ti.

Iba a cumplir 50 años, tenía un marido, dos hijos, un trabajo absorbente que antes estaba bien pagado y ya había dejado de estarlo, el perro que nunca quiso tener y una casa grande, con un jardín mediano, que todos sus amigos consideraban ideal para organizar comilonas los fines de semana. Tenía todas estas cosas y estaba triste, desorientada, tan cansada que, por primera vez en su vida, le costaba trabajo levantarse por las mañanas.

–A lo mejor es una depresión.

–La depresión es una enfermedad.

–No es culpa tuya, mamá.

Pero no era una depresión, ella lo sabía. Sabía muy bien lo que le pasaba y por eso se resistió a afrontar el problema. Hasta que no pudo más. Hasta que sintió que se había convertido en una olla a presión que estaba empezando a pitar y que, si no encontraba algún sistema para abrir la válvula, iba a reventar con todo su contenido. Habló con dos amigas, las más íntimas, las únicas a las que podía seguir aplicando estrictamente ese nombre, y una no conocía a nadie, la otra sí. Apuntó el número de la psicoterapeuta que le había recomendado en la agenda de su móvil y, durante más de una semana, todo lo que hizo fue mirarlo, seleccionar un número que no se atrevía a marcar. Decidió que antes de hacerlo lo contaría en casa, y su marido, sus hijos aprobaron su decisión con energía.

–Cuénteme cómo se encuentra, por qué ha decidido venir a verme.

–¡Uf! Es difícil de explicar.

–Inténtelo.

No era tan difícil, era sólo una historia muy larga. La explicó a trompicones, evocando al principio detalles, situaciones, sentimientos, como si sacara cerezas de una cesta. Luego, comprendió por sí misma que necesitaba ordenar su relato, relacionar las causas con los efectos, estructurar la historia de su vida. Así, llegó ella sola hasta donde ya sabía que iba a llegar, la meta que había intentado esquivar durante tanto tiempo, un escenario imprescindible e indeseable a partes iguales, donde el amor no lo arreglaba todo, donde incluso empeoraba lo existente. Porque ella los quería, y ellos la querían, pero entre todos le habían dado a su amor la forma de un embudo.

–¿Cómo que te vas?

–Pero ¿adónde te vas?

–¿Por qué te vas?

Intentó explicárselo despacio, en orden, y le salió tan bien que consiguió dejarles mudos. Me voy porque no me gusta mi vida. No me gusta cocinar todos los domingos. No me gusta que se llene la casa de gente que nunca se levanta para ayudarme a recoger. No me gusta tener perro, y a pesar de eso, sacarlo a la calle dos veces al día. No me gusta levantarme media hora antes que vosotros para hacer el desayuno, y que ni un solo día se os haya ocurrido hacerme el desayuno a mí. No me gusta que me toquen todos los problemas, que siempre tenga que ser yo quien llama a los técnicos, quien se pelea con los bancos, quien hace el papeleo. No me gusta tener siempre la culpa cuando no hay pan, cuando se han acabado las galletas, cuando no he tenido tiempo de hacer la compra, cuando no está planchada y colgada en el armario la camisa favorita de cada uno. Entre los tres, sumáis cerca de noventa años, pero conmigo os comportáis como si tuvierais cinco, como si fuerais inútiles y dependierais de mí para todo. Yo sé que también es culpa mía, por no haber reaccionado antes, por haber consentido que las cosas lleguen a este punto, pero ya no puedo más. Todos me animasteis a hacer terapia, yo la necesitaba, y este es el resultado. He descubierto que os quiero mucho, pero que no os aguanto. Y no me voy para siempre, pero tampoco sé cuándo volveré.

Lo demás fue tan fácil como abrir la puerta y cerrarla después.

En su casa tampoco se preocuparon demasiado hasta que descubrieron que había dejado su móvil, apagado, en la encimera de la cocina.
Fuente: elpaissemanal.elpais.com/

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