miércoles, 18 de enero de 2017

Literatura neurocognitiva: El poder transformador de las letras. Por Luis Javier Plata Rosas.

“No es necesario, intervino una tercera voz, yo conduciré el coche y llevo a este señor a su casa. Se oyeron murmullos de aprobación. El ciego notó que lo agarraban por el brazo, Venga, venga conmigo, decía la misma voz. Lo ayudaron a sentarse en el asiento de al lado del conductor, le abrocharon el cinturón de seguridad. No veo, no veo, murmuraba el hombre llorando”.
José Saramago, Ensayo sobre la ceguera

Preguntar por los n (n ≥ 1) libros que han cambiado nuestra vida es una situación recurrente al entrevistar a políticos y otras figuras públicas nada librescas durante eventos literarios como las ferias de libros, con resultados que, la mayoría de las veces, han provocado más burla que admiración, sobre todo si consideramos la dificultad de no pocos de ellos para ir más allá de n= 1. Tal vez los entrevistados no estén tan equivocados y la dificultad para dar una respuesta satisfactoria para sus, suponemos, mucho más letrados críticos, radique en reflexiones sobre si en verdad un libro puede transformarnos de forma más trascendente y duradera que, digamos, una película o un programa de televisión. El asunto se complica si forzamos a que la respuesta se restrinja a libros de ficción: ¿En verdad puede Saramago y su Ensayo sobre la ceguera cambiar la forma en que vemos a nuestros semejantes?

No pocos —políticos y no— consideran a la ficción como un pasatiempo (a nadie sorprende que, cuando preguntamos a alguien qué es lo que hace, nos responda: “Nada, aquí leyendo”), un escape de la realidad, una actividad improductiva (¿cuál es, en la educación por competencias, el “producto” que un estudiante tiene que entregar al terminar Pedro Páramo?). Cuando más, un “ejercicio mental” (¡a leer 20 minutos diarios!) o una práctica necesaria para, cuando llegue la hora, ser capaces de leer y entender lo que de veras importa (esto es: información en libros de texto, resúmenes ejecutivos y noticias, mejor aún si son tan breves como tuits). Lo cierto es que, hasta para buena parte de quienes se consideran lectores —incluyendo, aunque parezca difícil de creer, a universitarios y hasta posgraduados—, leer ficción no es más que una completa pérdida de tiempo.

Por supuesto que en el otro extremo tenemos a aquellos románticos de la lectura, y hasta fetichistas de libros y autores, que juran que obras como En busca del tiempo perdido transformaron su existencia y que, en el equivalente laico de una peregrinación, visitan cada año la pastelería en la que, supuestamente, la tía Léonie compraba sus famosas madalenas en Illiers-Combray. CONTINUAR LEYENDO
Fuente: www.nexos.com.mx/

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