domingo, 11 de junio de 2017

La princesa Aligbonu y el leopardo. Una leyenda africana, un cuento de Agnès Agboton.


Huenuho ué, dicen los gun, mi pueblo; «es una leyenda», pero también «palabras del propio sol», palabras luminosas, pues, son las viejas palabras de los ancestros. Las palabras que cuentan un lejano acontecimiento que dio origen a toda una estirpe.
En aquel tiempo, esas cosas sucedían, probablemente, con toda normalidad; el transcurso de la vida de los hombres, las mujeres y las bestias, en una región inalcanzable y, por ello, indeterminada e indefinible, estaba lleno de nombres que, cuando me explicaron esta leyenda, me parecieron hechizados, fabulosos. Y, sin embargo, Adjá existe, y existe Tadó... ¿Pero existió alguna vez Aligbonu...?

Dicen que la historia ocurrió en el país de los adjá, que hoy se encuentra muy cerca de las arenosas riberas del golfo de Guinea, aunque tierra, tierra adentro. Y a aquellas regiones llegó, huyendo de las sabanas que la habían visto nacer, una mujer llamada Adowi. Nadie sabe -o, al menos, nadie ha sabido nunca decirme- las causas que provocaron aquella huida. Pero las palabras que han pasado de boca en boca y que intento volcar en un papel para que lleguen a tus ojos, dicen que con ella se llevó al hijo que había engendrado de un hombre de su pueblo y que con ella llevaba, también, comida suficiente para poder subsistir en su larga caminata. No era una cualquiera, no era la mujer de algún pobre campesino...
Llegó a Tadó y la gente la acogió con los brazos abiertos. Se hicieron las ceremonias de presentación al rey, como exigía la costumbre. Y poco tiempo después, el rey de Tadó, fascinado por la belleza de la joven andariega, la tomó por esposa y la introdujo en su corte.
De su unión nació una hija a la que llamaron Posú Aduhuene, es decir, «dura como los dientes», aunque solían llamarla Aligbonu, «la gran senda», tal vez porque su madre había recorrido un largo camino antes de llegar a Tadó... O quizás porque en ella iba a comenzar la gran andadura de su linaje... Así son los nombres de mi pueblo: hablan de sucesos y de circunstancias, sugieren acontecimientos, insinúan... Pero quien los lleva y quien los pronuncia -también quien los escucha o quien los lee- debe saber interpretarlos, hallar la sabiduría que encierran. CONTINUAR LEYENDO   
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