lunes, 10 de julio de 2017

Un país de hechiceras. Un artículo de Manuel Rivas (El Páis).


En España son las mujeres las que están frenando la derrota de la cultura. Donde no están, todo parece un “maldito sitio triste”.


Es difícil, casi inverosímil, imaginarse la historia de Sherezade al revés: un hombre que, para salvar su vida, cuenta cuentos durante mil y una noches a una mujer todopoderosa. Hasta la ninfa y maga Calipso, en la Odisea, renuncia a sus poderes, que son muchos, para liberar de su abrazo enamorado a Ulises y dejarle regresar a Ítaca.

El sultán Shahriar, con el que tiene que vérselas Sherezade, es un cabrón sanguinario, por decirlo de forma educada, que cuenta en su historial con al menos tres mil feminicidios, los de las muchachas vírgenes a las que ordenó decapitar después de tomar posesión. Es el poder absoluto que se realiza en la pulsión destructiva y cuyo mayor goce será destruir al objeto del deseo. No parece ser un poder que se ablande, ni siquiera en el tálamo, ni que vaya a mejorar de humor por unos monólogos del antiguo club persa de la comedia.

Esa ficción cruel tiene un principio de realidad. El telón de fondo de Las mil y una noches es un escenario que se prolonga hasta nuestros días. Allí donde se viola y mata impunemente. Las metamorfosis de ese poder criminal, desde el sultán al último dictador o al capo que negocia con la trata de mujeres, siempre tienen como componente nuclear el machismo y la violencia. Por eso es tan acertada la palabra violación para definir todos sus actos. Se violan los derechos. Se violan los cuerpos y las almas. Se viola el lenguaje. CONTINUAR LEYENDO

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