viernes, 10 de noviembre de 2017

LA NADA. Un cuento de Leonid Andreiev.


Se estaba muriendo un alto dignatario, viejo, importante; un gran señor que tenía mucho apego a la vida. Era para él muy penoso morir; no creía en Dios ni comprendía por qué moría y lo dominaba el terror. Era horrible ver cómo sufría.

Su vida era grande, rica y llena de interés; su corazón y su cerebro estaban siempre preocupados y satisfechos. Pero estaban cansados, agotados, casi como todo su cuerpo que, por otra parte se iba enfriando poco a poco. Sus ojos y sus oídos, acostumbrados a ver y oír siempre lo bello, estaban igualmente cansados, y la alegría misma pesaba demasiado sobre su pobre corazón, harto trabajado. Cuando todavía no se estaba muriendo pensaba en la muerte; algunas veces con cierto placer. Se decía que le daría el reposo, que le libraría de todos aquellos abrazos, muestras de estimación y relaciones que tanto le fastidiaban. Sí, lo pensaba con placer; pero ahora, estando a punto de morir, sentía que un horror indescriptible penetraba en su alma.

Quisiera vivir todavía un poco, aunque no fuera más que hasta el lunes próximo, mejor aún hasta el miércoles o jueves. Pero no sabía con precisión el verdadero día de su muerte, ya que en la semana hay solamente siete.

Y precisamente aquel día desconocido se presentó ante él un diablo muy ordinario, como muchos. Se introdujo en la casa disfrazado de cura; pero el alto dignatario comprendió enseguida que el diablo no había ido allí por ir, y se puso alegre. “Una vez que el diablo existe, la muerte no es realidad; por el contrario, la inmortalidad es algo real. En rigor, si la inmortalidad no existe se puede prolongar la vida vendiendo el alma en condiciones ventajosas”. Esto era evidente, casi claro.

Pero el diablo tenía un aspecto cansado y aburrido. Durante un rato bastante largo no dijo nada y miró a su alrededor con una mueca de disgusto, como si se hubiera equivocado de dirección. Esto inquietó al dignatario, que se apresuró a ofrecer un sillón al diablo. Pero aun después de sentado el diablo conservaba su aire aburrido y guardaba silencio. CONTINUAR LEYENDO

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