viernes, 10 de febrero de 2023

En el fondo del caño hay un negrito. Un cuento de José Luis González (República Dominicana, 1926 - México, 1997). Un cuento referenciado por Sarah Hirschman en su libro, "Gente y cuentos. ¿A quién pertenece la literatura?

Sarah Hirschman, en su libro "Gente y cuentos" (FCE), cita varios relatos que leyeron dialógicamente de forma comunitaria, es decir, compartida. Los pone como ejemplo de sesiones que llevaron a cabo y reflexiona sobre algunos comentarios que surgieron a raíz de su lectura. Éste, "En el fondo del caño hay un negrito", es uno de ellos. En próximas entradas iré poniendo otros. Son cuentos muy interesantes por sí mismos, pero si podéis leer el libro de Sarah, veréis que también os servirán para mejorar u organizar nuevos grupos de lectura, es decir, nuevas Tertulias Literarias Dialógicas o Clubes de Lectura.

En el fondo del caño hay un negrito
José Luis González

La primera vez que el negrito Melodía vio al otro negrito en el fondo del caño fue en la mañana del tercero o cuarto día después de la mudanza, cuando llegó gateando hasta la única puerta de la nueva vivienda y se asomó para mirar hacia la quieta superficie del agua allá abajo.
Entonces el padre, que acababa de despertar sobre el montón de sacos vacíos extendidos en el piso, junto a la mujer semidesnuda que aún dormía, le gritó:
—¡Mire... eche p'adentro! ¡Diantre'e muchacho desinquieto!
Y Melodía, que no había aprendido a entender las palabras pero sí a obedecer los gritos, gateó otra vez hacia adentro y se quedó silencioso en un rincón, chupándose un dedito porque tenía hambre.
El hombre se incorporó sobre los codos. Miró a la mujer que dormía a su lado y la sacudió flojamente por un brazo. La mujer despertó sobresaltada, mirando al hombre con ojos de susto. El hombre rió. Todas las mañanas era igual: la mujer salía del sueño con aquella expresión de susto que a él le provocaba un regocijo sin maldad. La primera vez que vio aquella expresión en el rostro de su mujer no fue en ocasión de un despertar, sino la noche que se acostaron juntos por primera vez. Quizá por eso a él le hacía gracia verla despabilarse así todas las mañanas.
El hombre se sentó sobre los sacos vacíos.
—Bueno—se dirigió entonces a la mujer—. Cuela el café.
Ella tardó un poco en contestar:
—Ya no queda.
—¿Ah?
—No queda. Se acabó ayer.
Él empezó a decir: “¿Y por qué no compraste más?”, pero se interrumpió cuando vio que en el rostro de su mujer comenzaba a dibujarse aquella otra expresión, aquella mueca que a él no le causaba regocijo y que ella sólo hacía cuando él le dirigía preguntas como la que acaba de truncar ahora. La primera vez que vio aquella expresión en el rostro de su mujer fue la noche que regresó a casa borracho y deseoso de ella pero la borrachera no lo dejó hacer nada. Tal vez por eso al hombre no le hacía gracia aquella mueca. CONTINUAR LEYENDO

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