martes, 5 de diciembre de 2017

Ética, Retórica y Polítca. Por Amelia Valcárcel.

La oratoria pasa por horas bajas. Ni siquiera se lleva hablar bien. De hecho, de entre las muchas cosas que a la gente se le enseñan, no se considera el caso de enseñarle a hablar. La retórica apesta. Hablar ahora se llama comunicar y se exige que se haga rápido: cuente lo que sea en cuarenta y cinco segundos o escriba lo que pueda en ciento cuarenta caracteres. Pronto, veloz, sintético: los que están repantingados en el sofá sin ningún plan alternativo no tienen tiempo que perder.

Perorar. He ahí una palabra notable. La aplicamos al caso de quien habla largamente sobre un asunto sin levantar la oreja de su auditorio. Somos una sociedad de muchas experiencias. Eso quiere decir que hemos visto perorar bastantes veces. Los profesores peroran en las clases, los jefes suelen perorar a la menor ocasión, los comentaristas peroran y los políticos peroran sobremanera. El deber de la rapidez no cumple en su caso.

Si hay una imagen que contradiga la esencia misma de la democracia, es la de alguien que ocupa la tribuna y perora ante un parlamento vacío. Y todos la conocemos porque en determinadas ocasiones las cámaras de televisión nos la sirven. El tribuno habla y habla mientras que quienes aburridamente escuchan no llegan a los dedos de una mano. Multitud de asientos vacíos tiñen la imagen de un rojo subido. Estas visiones encocoran a la ciudadanía. La oratoria pasa por horas bajas y los parlamentos también. Son escenificaciones de las que la utilidad no se percibe.

[...] La mayor parte de la política se hace en el envés del tapiz, no en su haz. Nuestros políticos hablan si no queda más remedio. Nuestros poderosos no lo hacen nunca. Aman el silencio y la discreción sobre cualquier otra cosa.

[...] La gente de la política lo sabe. Aquí, como en la esgrima, lo decisivo es no mostrar flancos. Así que el discurso debe ser igual, tieso, sin crestas y monótono. Si ello fuera posible, sería lo ideal ocupar el mayor tiempo disponible y no decir absolutamente nada.

Las políticas totalitarias no son separables de los nuevos medios de masas. Gustave Le Bon lo contaba con gracia: “El arte de hablar a las masas es de un orden inferior, pero exige aptitudes muy especiales”. Para moverlas hay que abusar de afirmaciones violentas. En sus palabras: “Exagerar, afirmar, repetir y no intentar jamás demostrar nada mediante razonamiento”. Claramente aquí concurren todos los tipos comunicativos que la ética mínima repugna y condena. Además tales procedimientos deben ser acompañados de exageraciones del temple moral, y sentimental. De cualidades y virtudes solo aparentes. El populismo, en sus inicios, necesita teatro. CONTINUAR LEYENDO  
Fuente: revistamercurio.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario